miércoles, 9 de marzo de 2011

Epifanía

Admirando la faz de una luna de papel, 
suelo sentir conjugándose dentro de mí
todos los verbos que ansío escribir.
Pero, cuando me pierdo en el abismo negro de tus ojos,
puedo sentir que jamás seré capaz de decirlos. 

lunes, 7 de marzo de 2011

Viaje urbano
                                            Para Jadis,  Feliz Cumpleaños...
             
             Dependiendo del destino que usted elija, asegúrese tener el dinero suficiente para solicitar un boleto de ida, evite discutir con los simpáticos chóferes; si no posee la necesaria caradures para molestar a otro pasajero bondadoso, adquiera por favor en cualquiera de las múltiples bocas de expendio la tarjeta para viajar que más le guste. Económicamente le ofrecerán una primera opción de banda magnética, o la otra, que contiene un diminuto duende electrónico que le descuenta los morlacos. Para el primer caso, debe colocar la tarjeta con el lado fotografiado mirando hacia usted, en caso de ser un modelo viejo, corresponde el lado de la pintoresca flecha (la cual indica que comprendió donde debe depositar el plástico y no es idiota). En segundo término, se supone que posee un lado preferido por el elemental contador, se debe avisar al chofer de cuantos boletos usted quiere deshacerse. El buen hombre y su característica paciencia emitirá un sonido desde su mando, el cual despierta al duende que videncia la cantidad a descontar necesaria. Se supone que este último sistema es eficaz a cambio de un costo triple, dado los inconvenientes de desmagnetización y falta de mantenimiento de los equipos obsoletos que sufría el anterior sistema.
            El siguiente paso sería conseguir un asiento o la mejor ubicación posible, siempre tenga en cuenta de sujetarse con fuerza de las insuficientes barandas de contención; considere el alto tránsito, la velocidad crucero del ómnibus, lo mucho que al conductor le importa su integridad física, etc. Si la suerte lo acompaña ese día y logra ubicar una cómoda posición, por favor contemple la superficie del asiento con total rigurosidad, en caso de necesitar una impoluta pulcritud para su trabajo, pase su mano en forma de escoba midiendo el estrato geológico existente. Retire el exceso de polvillo, sacuda sus manos con energía para eliminar cualquier evidencia que procede de los suburbios, y luego calcule la inercia del vehículo para dar con él blanco al lugar elegido. Hipotéticamente, supongamos que al ascender al micro estén todos los cómodos asientos ocupados, usted deberá permanecer parado sujeto a alguna baranda; en ciertas ocasiones surge la posibilidad de tomarse de las cabeceras de las butacas, pero de cualquier forma tómese de algo de lo contrario su viaje a un barco atrapado en la tormenta simulara.
            Varios de los inconvenientes en este sentido pueden ser: que el empuje por la aceleración nos tome por sorpresa, y terminemos de bruces en medio del transporte; tirar de los cabellos a cierta mujer que mezcla los mismos con nuestros dedos sudorosos; deslizamientos de suela inesperados que producen leves torceduras de tobillos, y dobleces genuflexos irritantes ante la mirada femenina o de jóvenes reflejos. Entre muchos de los detalles que debe considerar a la hora de viajar, se encuentra la posibilidad de recibir diferentes tipos de agresión involuntaria, a saber: enérgicos codazos en la parrilla costal y/o zona posterior del cráneo, intrépidas saetas rotulianas en muslos y glúteos, dolorosos puntapiés en tobillos y canillas, torpes pisones de urgentes descendientes, y cariñosos roces de erótica y sugerente sensación.
            En el extraño caso de ser extendido el trayecto, usted podría entablar contacto con ciertos individuos deshumanizados, entes ajenos a normas de cortesía y convivencia que pululan por doquier. Llegados a esta extraordinaria circunstancia, se aconseja a embarazadas, niños escolarizados y ancianos, a entablar un contacto visual o verbal del modo más ínfimo posible. Usted puede tropezar con seres conectados a cables que sobresalen desde la zona auricular, estos observan al prójimo en forma fija y penetrante, balbucean sonidos y gesticulan actuaciones de inentendible procedencia, y permanecen ausentes de la interacción del medio que los rodea. Actualmente es habitual que a su conducta autómata, la acompañen de otros instrumentos que acentúan el aislamiento o fobia social; se los puede ver estáticos con la cabeza erguida al extremo, y lo llamativo es la agilidad de sus falanges presionando pequeños teclados luminosos. No obstante la existencia de varios casos como estos, cabe nombrar una variante antropomórfica similar, la misma reúne varias de las condiciones anteriores, pero su mayor vocación o siniestra habilidad es el lograr irritar al honesto pasajero. Esta involucionada especie viene provista de tecnología sonora estridente, ruidosos ritmos populares demasiado acompasados, con letras intraducibles de guturales cantos pseudos-cavernícolas.
En el peor de los casos deberá contener su impulso de iracunda violencia, si su objetivo es evitar la inauguración de un prontuario policial. Todos sabemos que la ira contenida no resulta saludable, pero si su posición es de extrema consideración, se sugiere portar elementos contundentes de fácil traslado como : palos de escoba, bates de béisbol, tonfas de madera o goma (del tipo telescópica resulta muy efectiva pero de difícil manejo), bastones simulando renguera, entre otros. Para aquellos que permiten la invasión de su campo sonoro, o le da igual si a su lado ocurre un homicidio, le deseamos muy buena suerte al viajar. Sin más información que aportar al público viajante, damas y caballeros, niños y jubilados; les deseo una excitante jornada y un próspero recorrido hacia lo desconocido, termina aquí mi recorrido, buenos días…
                                   Juan Cruz Di Lorenzo

jueves, 3 de marzo de 2011

Anaranjada metáfora

Agazapado sobre la piedra edificada, la brisa húmeda consuela el sofocado hastío, pura sensación de neuronas calientes y sudor pegajoso. La solución es salir del habitáculo anaranjado devenido en caldera, y aliviar el derretido sentimiento de pesada depresión. El transito es lento y pausado, casi no hay peatones en la empinada avenida, poca venta, escaso trabajo. El saludo cordial de un vecino obliga al cerebro recocinado a despertarse, el reconocimiento visual es instantáneo, pero se tarda en lograr una específica identificación. Debe ser parte de los debilitados síntomas del tedio laboral, una charla amable con el encargado del edificio, mantiene los sentidos alertas. De pronto todo vuelve a su normal desolación, las calles están vacías y despojadas de turismo, un muchacho aprovecha el semáforo rojo de la avenida. Y al cruzar cae de su bolsa una esfera, su geometría utiliza la pendiente de la bocacalle en descenso taciturno. La observación se torna entre alucinatoria y onírica, un impulso interno dirige una frustrada intención de silbar en aviso al joven. El cuerpo no responde, el agotamiento por el calor no activa la stamina necesaria, también la advertencia para un transeúnte cruzando la avenida puede resultar un estorbo.
            En su rodamiento la fruta se atasca en un bache pequeño, con la suerte de exponer tres cuartos de su totalidad, quedando en una posición peligrosa ante la transitada circulación de la transversal. Por allí pasa el noventa y tres de gran porte  (ómnibus muy pesado aun sin contener pasajeros), y a su vez es usado como vía de escape en la convulsionada zona terminal. Era cuestión de tiempo para presenciar una inminente explosión orgánica de jugo cítrico, pero el dilema era si valía o no la pena salvarle la vida al sabroso fruto. En la lata calurosa no hay donde lavarlo para luego disfrutar de sus bondades, aunque sería una espantosa experiencia de chorreante sabor; es muy arriesgado desproteger el frente del negocio, solo para rescatar un objeto que de cualquier forma perecerá fuera de un árbol.
            Con la mirada fija el instante era eterno sadismo, varios vehículos esquivaron en azar la desgraciada esfera, el morbo  pedía al transporte urbano en rauda asechanza veloz. El imaginario repetía la virtual secuencia de la fantasiosa jugosidad esparcida, y como quien pierde la noción del cronotopo, una indiferente rueda de auto blanco poso su fuerza; y en una veloz instantánea casi desvanecida de inmediato, forzó la celulítica piel en colapso de fibra vegetal. De inmediato la consciencia culposa calmo su inquietud, y en fría decisión del inconsciente cerro el caso como muerte accidental. Han pasado cerca de cuatro días desde el siniestro, pero todavía no se ha reconocido el cadáver, la culpa puede sobrevivir o la desazón de no haber actuado. En fin, el olvido es posible que gane la batalla, de todos modos fue hermoso ser parte una vez más de la cruda selva de asfalto.
                                                                                              Miguel del Soler