jueves, 3 de marzo de 2011

Anaranjada metáfora

Agazapado sobre la piedra edificada, la brisa húmeda consuela el sofocado hastío, pura sensación de neuronas calientes y sudor pegajoso. La solución es salir del habitáculo anaranjado devenido en caldera, y aliviar el derretido sentimiento de pesada depresión. El transito es lento y pausado, casi no hay peatones en la empinada avenida, poca venta, escaso trabajo. El saludo cordial de un vecino obliga al cerebro recocinado a despertarse, el reconocimiento visual es instantáneo, pero se tarda en lograr una específica identificación. Debe ser parte de los debilitados síntomas del tedio laboral, una charla amable con el encargado del edificio, mantiene los sentidos alertas. De pronto todo vuelve a su normal desolación, las calles están vacías y despojadas de turismo, un muchacho aprovecha el semáforo rojo de la avenida. Y al cruzar cae de su bolsa una esfera, su geometría utiliza la pendiente de la bocacalle en descenso taciturno. La observación se torna entre alucinatoria y onírica, un impulso interno dirige una frustrada intención de silbar en aviso al joven. El cuerpo no responde, el agotamiento por el calor no activa la stamina necesaria, también la advertencia para un transeúnte cruzando la avenida puede resultar un estorbo.
            En su rodamiento la fruta se atasca en un bache pequeño, con la suerte de exponer tres cuartos de su totalidad, quedando en una posición peligrosa ante la transitada circulación de la transversal. Por allí pasa el noventa y tres de gran porte  (ómnibus muy pesado aun sin contener pasajeros), y a su vez es usado como vía de escape en la convulsionada zona terminal. Era cuestión de tiempo para presenciar una inminente explosión orgánica de jugo cítrico, pero el dilema era si valía o no la pena salvarle la vida al sabroso fruto. En la lata calurosa no hay donde lavarlo para luego disfrutar de sus bondades, aunque sería una espantosa experiencia de chorreante sabor; es muy arriesgado desproteger el frente del negocio, solo para rescatar un objeto que de cualquier forma perecerá fuera de un árbol.
            Con la mirada fija el instante era eterno sadismo, varios vehículos esquivaron en azar la desgraciada esfera, el morbo  pedía al transporte urbano en rauda asechanza veloz. El imaginario repetía la virtual secuencia de la fantasiosa jugosidad esparcida, y como quien pierde la noción del cronotopo, una indiferente rueda de auto blanco poso su fuerza; y en una veloz instantánea casi desvanecida de inmediato, forzó la celulítica piel en colapso de fibra vegetal. De inmediato la consciencia culposa calmo su inquietud, y en fría decisión del inconsciente cerro el caso como muerte accidental. Han pasado cerca de cuatro días desde el siniestro, pero todavía no se ha reconocido el cadáver, la culpa puede sobrevivir o la desazón de no haber actuado. En fin, el olvido es posible que gane la batalla, de todos modos fue hermoso ser parte una vez más de la cruda selva de asfalto.
                                                                                              Miguel del Soler

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